
De título original Samaria (사마리아), este drama nos acerca a la curiosa historia de dos jovencitas que al parecer se prostituyen para reunir el dinero suficiente para comprar un billete de avión (nunca sabemos con qué finalidad). Jae-yeong (Han Yeon-reum) es la que vende su cuerpo, mientras que su amiga Yeo-jin (Kwak Ji-min) es la que le facilita los contantos y la que administra el negocio. Desde el principio, Jae-yeong tiene una mentalidad más risueña y enfrenta su "trabajo" como un mero pasatiempo que les permitirá hacer lo que desean. Trata con todo tipo de hombres, algunos bastante jóvenes y que ponen de mala leche a Yeo-jin. Al parecer, la amistad entre las dos es tan fuerte que parecer traspasar¡ los cánones convencionales de una amistad (de hecho ni siquiera se sabe seguro si son amigas o algo más; de eso ya se encargan algunas escenas en particular como la de los balnearios). El caso es que Yeo-jin cada vez lleva peor eso de que su amiga se lleve bien con los hombres con los que se acuesta, y en más de una ocasión le chafa los planes a Jae-yeong. Como la prostitución es ilegal en Corea (no digamos ya la universitaria), un día aparece la policía en los apartamentos donde Jae-yeong está con un cliente, y su amiga la avisa de que tiene que salir corriendo. A Jae-yeong no se le ocurre nada mejor que saltar por la ventana, pero calcula mal el salto desde tan alto y termina dándose un golpe muy fuerte. Desesperada, Yeo-jin la lleva hasta el hospital. Gravemente herida, la joven le dice a su amiga que quiere ver al músico una vez más, antes de morir (el músico es un joven con el que Jae-yeong trató y con el que se llevaba muy bien). Desesperada, la chica va hasta su casa a buscarle, pero éste está muy ocupado con una nueva composición y nada parece conmoverle para que vaya a ver a la chica al hospital (sobre todo porque le guarda rencor a Yeo-jin, que fue borde con él). Finamente consigue humillarla hasta el punto en el que Yeo-jin termina accediendo a acostarse con él para que vaya al hospital. Pero cuando llegan ya es tarde, porque Jae-yeong ya ha muerto.

A partir de este momento es Yeo-jin la protagonista, que se dedica a contactar con todos los hombres con los que su amiga había estado y, haciéndose pasar por ella, les devuelve el favor con la misma sonrisa dulce en los labios que tenía Jae-yeong. Todo va bien hasta que el padre de Jae-yeong, Yeong-ki (Lee Eol) comienza a darse cuenta de las sospechosas actividades de su hija. Decide espiarla cuando va a clase, y termina averiguando a lo que se dedica. Al principio se siente triste y decepcionado, pero no le dice nada a su hija. Después del aniversario de la muerte de la madre de Jae-yeong, Yeong-ki (que es policia) decide tomarse la justicia por su mano e ir visitando a los hombres con los que su hija se acuesta para ajustarle cuentas, a los que hace reflexionar a base de palabras y de golpes (uno de ellos, después de que Yeong-ki se presente en el salón de su casa para decirle a toda la familia a lo que se dedica el cabeza de familia, no puede resistir tal humillación y se tira por el balcón). Entre el padre y la hija termina abriéndose un abismo de incomunicación, donde Yeong-ki se siente culpable por la muerte de su esposa, a la que, de manera inconsciente, él le atribuye la culpa de que su hija haya terminado así de descarriada y la chica, ajena a todo esto, sólo piensa en sacrificarse para devolverle el favor a su difunta amiga. Finalmente, Yeong-ki decide que lo mejor para ambos es pasar una temporada en el campo, de manera que puedan volver a acercarse el uno al otro. Así, van en coche hasta el bosque y terminan pasando una noche en una casa rural, cuyo inquilino, un hospitalario anciano, les presta de buen grado durante su camino. Por la noche, Yeo-jin oye a su padre llorar. Por la mañana se marchan, y a medio camino se detienen. La joven apenas ha dormido y tiene un extraño sueño: su padre la mata y luego la entierra a la orilla de un lago.

Qué maravillosa metáfora final nos hace Samaritan Girl, en este largometraje con tan buena música (destaco la pieza clásica de Erik Satie "Las Gimnopedias", que no por trillada resulta menos exquisita y encantadora). Una vez más, con esa puesta en escena tan visualmente rica, Kim Ki-duk nos lleva por su camino de expiación, esta vez encarnado en las culpas en cadena de una joven que se sacrifica por su amiga muerta, y de un padre que, incapaz de comunicarse con su hija, va eliminando a los hombres que considera los malos, también por sus remordimientos de que su hija haya crecido sin una madre que la guiase por la senda de lo que está considerado como moralmente aceptable. Como no podía ser menos, Kim Ki-duk critica en esta película el tema tabú de la prostitución juvenil en Corea del Sur (algo muy habitual entre jovencitas universitarias, que se pagan así los estudios o los arreglos de cirugía estética, ya sea prostituyéndose o ejerciendo de "acompañantes" para hombres en los karaokes - que viene a ser lo mismo -). La metáfora final de las clases de conducir no es sino la forma que tiene el padre de enseñar a la hija a manejarse en la vida sin descarriarse, antes de tener que dejarla por lo que ha hecho. Una vez que se ha asegurado de que Yeo-jin sabe conducir, tiene la tranquilidad de poder marcharse para dejar que la chica haga su propia vida (y como es de esperar, inicialmente con miedo sigue a su padre).
También es destacable la gran diferencia moral que hay entre las dos protagonistas, Jae-yeong (que siempre fue una chica risueña, alegre, y totalmente distanciada de la suciedad moral de su trabajo), y Yeo-jin, que se tomaba el asunto más en serio, y trataba de dirigir a su amiga, para que se centrase.

* Idea principal: la expiación. Los remordimientos. El crecimiento y la independencia en la vida. La moral.
Absolutamente siempre me fascina la ruptura total de la atmósfera de una película en el poster coreano. La sonrísa de Jae-yeong rompe con su dramatismo, y pone de manifiesto la alegría de su entrega...


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