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jueves, 23 de diciembre de 2010

China: El Último Emperador (1987)

El Último Emperador (The Last Emperor) es en realidad una coproducción chino-italiana-británico-francesa dirigida por Bernardo Bertolucci que trata magistralmente la vida de Puyi (en pinyin: Pǔyí'), el último emperador chino antes de que se instaurara el comunismo.
La película comienza de forma regresiva, donde vemos al Puyi adulto (John Lone), que ahora está preso bajo el régimen comunista (ha intentado suicidarse) y es llamado para que explique su biografía, pues en ella ha escrito que fue emperador y no le creen. Así la película nos conduce al comienzo, cuando el pequeño Puyi es arrebatado de las manos de su madre para ser llevado ante la Emperatriz, que está a punto de fallecer. Desde ese momento, es considerado "el hijo del cielo", y posee la autoridad absoluta. Como es tan pequeño se aburre y tiraniza a sus sirvientes, pero poco a poco va creciendo y se acostumbra a la vida de palacio. Ya no extraña a su madre por la que tanto lloraba antes, puesto que su nodriza, Armo, ocupa su lugar.
Pasan los años y el joven emperador se convierte en un hombre arrogante con los suyos, que cree saberlo todo. Su ansia de expansión y de culturizarse contrasta fuertemente con el motivo principal de su represión: él no es más que el emperador en la Ciudad Prohibida. No puede salir de ella, porque fuera los tiempos han cambiado y ya no se aceptan emperadores. Ahora gobiernan los comunistas, quienes desprecian toda religión y monarquía ancestral.
Cuando se convierte en adolescente, comienzan a enviarle fotos de princesas para desposarse, pero Puyi quiere una esposa extranjera. Finalmente tiene que contentarse con su suerte y elegir a una china, quien no está tan mal después de todo, porque le gustan los idiomas y el charleston. Más adelante conoce a Reginald Johnston (Peter O'Toole), que llega hasta la Ciudad Prohibída para impartirle clases. A través de él, Puyi tiene acceso a revistas extranjeras, conoce el idioma inglés, se hace con una bicicleta y hasta tiene con quién discutir sobre asuntos exteriores. Puyi tiene problemas de vista, y Johnston le trae unas gafas, algo a lo que se oponen sus sirvientes, quienes dicen que los emperadores no pueden llevar gafas. Pero al final son convencidos de que si no las usa, el emperador se quedará ciego.
Sus ansias de cambio son tales que ya no puede soportarlo más y decide escalar hasta el tejado para intentar saltar al otro lado. Afortunadamente Johnston consigue persuadirle de que no lo haga y le rescata.
Más adelante, Puyi adulto se exilia a a Manchuria, donde vive de forma escapista y ajena, y es apoyado por los japoneses en su ilusorio reinado. Su vida transcurre entre bailes y amantes, y su mujer está cada vez más amargada, de forma que se entrega al opio y a las relaciones lésbicas. Este período termina cuando el emperador es capturado por la armada soviética. En prisión, Puyi se entera de la derrota de Japón, y se da cuenta de que debe asumir sus responsabilidades por su encubrimiento en las atrocidades perpretadas por Japón.
Uno de los flash-forwards finales nos conduce hasta los años sesenta, en pleno auge del gobierno de Mao, que marcó el comienzo de la revolución cultural. Ya liberado de prisión y convertido en un ciudadano modelo, Puyi se hace jardinero, viviendo así como proletario. En su camino a casa se encuentra con una manifestación que exalta a Mao Zedong, y se da cuenta de que uno de los comandantes de su campo de prisioneros es ridiculizado y castigado por no ser lo suficientemente revolucionario en el desfile.
El final de la película nos muestra irónicamente a Puyi visitando la Ciudad Prohibída como un mero turista. Allí se encuentra con un niño pequeño (que posiblemente le recuerde a él). El niño lleva el pañuelo rojo símbolo del movimiento pionero. Le dice a Puyi que no se acerque al trono del emperador, pero Puyi le demuestra que él fue emperador cuando saca de uno de los reposabrazos del trono el bote con el cadáver de un grillo, aquel que fuera su mascota en la niñez. Cuando el niño se da la vuelta, asombrado, el que una vez fue emperador ya ha desaparecido.
La última escena es una visita turística a la Ciudad Prohibída. La guía se para delante del trono, y resume un poco la vida del último emperador, informando además de la fecha de su muerte.

El Último Emperador es una película que marcó mi infancia; recuerdo que fue una de las primeras películas sobre política china que vi. Está contada de forma tan melancólica que no puede dejarte indiferente, tal y como suele suceder con la mayoría de las historias de grandes figuras que terminaron en el olvido absoluto. La hermosa y recordada escena del pequeño emperador corriendo hacia la tela amarilla (el color imperial), la grandiosidad de los bailes y el colorido de los ropajes de los sirvientes, la extensión de los terrenos de la ciudad prohibida y los juegos de la niñez, así como las antiguas costumbres contrastan fuertemente con una forma de gobierno que se desmoronaba sin remedio, y que estaba tan obcecada en el conservadurismo que era incapaz de aceptar que la sociedad estaba cambiando rápida e inexorablemente. Fuera de las murallas de la Ciudad Prohibida, la vida era bien distinta, y Puyi le tenía miedo y sentía admiración por ella, a partes iguales. Creció sabiendo que no debía acercarse al otro lado, fue educado para no centrarse en el exterior, pero su curiosidad era más fuerte.
La llegada de Johnston contribuyó con ese deseo de expansión y de modernización. Sin duda, el emperador era culpable por vivir ajeno a la política exterior, pero de haber podido hacer algo tampoco estaba en sus manos el poder cambiarlo. Así vivió lenta y agónicamente el final de sus días como "falso emperador", amparado en una ilusión que alimentaban los japoneses, pero su vida personal y política se derrumbaba sin remedio, y él lo sabía. Por tanto, lo único que deseaba una vez que todo hubiera concluído era suicidarse. Pero aún tenía dudas pendientes.

¿Y qué decir de la maravillosa banda sonora compuesta por Ryuichi Sakamoto? Conocida y admirada como pocas, es la piedra angular del sentimiento que crea esta película, tan grandilocuente y nostálgica a partes iguales.

Bernardo Bertolucci propuso la película al gobierno chino como uno de los dos posibles proyectos (el otro era una adaptación de La Condition Humaine de André Malraux). Sin embargo, China prefirió el primer proyecto. Durante la filmación de la grandiosa escena de la coronación dentro de la Ciudad Prohibída, la reina Isabel II se encontraba en Pekín de visita oficial. China le concedió prioridad a la producción de El Último Emperador, por lo que Isabel II se quedó sin poder visitar la Ciudad Prohibída.
En Japón, la compañía Shochiku Fuiji editó y lanzó una secuencia de treinta segundos que mostraba la violación de Nanjing, antes de distribuírla en los cines japoneses, y sin pedirle permiso a Bernardo Bertolucci (recordemos que en el incidente de Nanjing miles de civiles chinos fueron masacrados por la armada del imperio japonés, y es un suceso muy delicado a tratar entre los dos países). Bertolucci se enfadó con la compañía, y la acusó de "instar a la revolución". Shochiku Fuji no tardó en eliminar la escena y ampararse en "la confusión y el malentendimiento". El productor Jeremy Thomas recuerda que el proceso de aprobación chino para estrenar la película fue menos complejo que trabajar con el estudio.

El Último Emperador tuvo un estreno inusual en taquilla. No entró dentro de el top 10 hasta la décimo segunda semana de su estreno, donde alcanzó el séptimo puesto justo la semana antes de que fuera nominada a los Óscars a Mejor Fotografía.

*Idea principal: la decadencia del imperio. La corrupción, el escapismo.






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